lunes, 2 de mayo de 2011

Ezeiza, Flavia Ricci

Esta mañana salimos temprano hacia el Aeropuerto de Ezeiza, desde La Plata. La autopista Las PLata-Buenos Aires no me trae grandes recuerdos, acaso el de mis innumerables viajes en uno u otro sentido de acuerdo a la ciudad en donde elegí vivir. Pero es cuando el coche gira hacia la izquierda en dirección a Ezeiza y deja de lado a su derecha la entrada a la Capital que el viaje, ese que te lleva a tomar un avión y salir del país, comienza.

Queda atrás, casi sin darte cuenta por la densidad urbana, Buenos Aires. Y cada vez más a menudo aparecen los carteles señalando hacia dónde es el Aeropuerto Internacional de Ezeiza.

Miro a mi derecha por la ventana del coche y veo una camioneta, no sé de qué empresa, pero con un teléfono de Argentina. Y pienso, mientras chateo con un amigo por el Blackberry, que me he enamorado poco a poco de mi país. Que amo los coches sin patente, que me gusta que el canillita grite, que me fascina la cantidad de palabras que saben los taxistas, los asados en domingo, los ñoquis del 29, la lluvia dentro de mni coche, la gente mirando hacia abajo, meditabunda. Las veredas desparejas, las calles con agujeros, los insultos por llegar tarde, los abrazos de mis amigos, la sonrisa de mi hija, la mirada de mis padres. En definitiva, cierro los ojos y me viene un gran alivio porque quiero volver a pisar una y otra vez Barcelona, quiero compartir con mi papá este viaje por su reencuentro. Pero qué bueno que Ezeiza no me ve salir sin saber cuándo regreso. Porque regreso, porque es mi momento de estar acá, en mi Argentina.

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