viernes, 27 de mayo de 2011

Curiosidades, Flavia Ricci

La ducha


Me hice amiga de esa ducha de Roma más por resignación más que por simpatía. Después de un entrenamiento en mis sucesivas visitas a la capital de Italia, que comenzaron en 1999, ya podía considerarme un as en la utilización de esa manguera que en su extremo poseía la flor por donde salía la bendita agua. Abría el agua, me mojaba más rápido que otra cosa, la cerraba, me enjabonaba/ponía el shampú y acto seguido la abría para enjuagarme. La rapidez de todo el proceso radicaba en el frío que sentía en los pasos intermedios. Esto es: desde que cerraba el agua hasta que volvía a abrirla.


El ático del Raval


Las escaleras


El ático que alquilamos en Barcelona tenía una ubicación inmejorable: sobre calle Tallers, a 10mts de Las Ramblas y 100mts de Plaça Catalunya, con todo lo que ello significa no sólo a nivel de ubicación, sino de medios de transporte. El corazón neurálgico de Barcelona allí mismo. Desde el aeropuerto cogimos en Aerobús, que desde que lo recordaba había cambiado su color de azul a celeste (tal vez fue hace tiempo y me pasó desapercibido) y llegamos a Plaça Catalunya. De allí andando llegamos enseguida al ático, en el Raval barcelonés. El encargado nos miró, reconoció y saludó antes de abrir el pórtico y decirnos "Sabíais que no tiene ascensor ¿no?". Pregunta que quedó contestada por los gestos faciales que hicimos mi padre y yo al mirarnos. Subimos con maletas que parecían traer todos los souvenirs europeos habidos y por haber las 5 plantas, hasta llegar al ático. Aquello parecía el ascenso a la cúpula del Vaticano y cuando terminamos y estuvimos los dos solos en "nuestra" casa le dije a mi padre que por eso no insistí con que subiera cuando estuvimos en San Pedro. Desde ese día y durante toda nuestra estadía en Barcelona aprendimos a subir sólo en casos de extrema necesidad, y luego de pensarlo varias veces.


La ducha


Ducharse me recordaba a las pinturas egipcias en 2D, donde siempre aparecen las figuras de lado. Luego de quitarme la ropa y abrir el agua tenía que introducirme al escaso espacio asignado a la ducha de lado, cual egipcia. Cuando llegaba el momento del shampú me agachaba con la espalda recta como una tabla de lavar hasta dar con el shampú. Ascendía tranquilamente y con movimientos fríamente calculados me ponía un poco de shampú, me lavaba y enjuagaba la cabeza y cerraba el agua. Nunca supe en donde ese proceso dónde dejaba el shampú. Era demasiado rápido todo aquello.


El hostal de Rambla Catalunya


Como decidimos prolongar nuestra estadía en Barcelona y el ático ya estaba reservado a partir de que hicimos desde Argentina nuestra reserva original, nos fuimos a un hostal cercano. En cuanto llegué me dieron ganas de ir al baño, a hacer "lo primero". Me bajé los pantalones, que quedaron bloqueados a la altura de las rodillas porque me disponía a sentarme en el inodoro cuando ... ¡ops! se encontraba un escalón más arriba, como aquellas viejas aulas que dejaban claro quién era el que "portaba el saber". Después de hacer una especie de flip hacia atrás, como cuando entrenaba para hacer salto el alto, llegué al preciado y necesario inodoro. Y a partir de allí incorporé mis conocimientos de atletismo cada vez que necesitaba contactar con el "Sr. Rocca".







No hay comentarios:

Publicar un comentario